martes, 6 de julio de 2010

Un discurso en defensa de la vida

Aquí os dejo un discurso que se leyó en Santander el domingo pasado, antes de la entrada en vigor de la ley del aborto. Es un gran discurso, emocionante y que te hace pensar:

Buenas tardes, soy médico psiquiatra y me gustaría compartir con ustedes unas breves reflexiones.

Cuando uno elige la profesión de médico, lo hace para seguir unos principios: curar, a veces (cuando se pueda); aliviar, apoyar y cuidar, siempre.

Desde la universidad se nos inculca –con independencia de nuestra religión, ideología política, etc- que “lo primero es no dañar”, y que somos los únicos y principales responsables de nuestros pacientes.

Si bien es cierto que solemos contar con un equipo humano que nos forma y apoya, la toma de decisiones importantes – la hora de la verdad- es un trabajo individual. Estamos solos en nuestra decisión final, consensuada con el paciente, y contamos como recursos con nuestro conocimiento, con sentido común y con nuestra conciencia.

Y es ese sentido común, esa conciencia, la que hace en mi caso, que cada día me plantee ante el sufrimiento de una persona la siguiente cuestión: “Si este paciente fuera mi vecino, mi amigo, mi familiar ¿qué haría para resolver su problema?” y con ello intento esforzarme al máximo en el ejercicio de la medicina.

Porque en mi profesión no todo es “sota, caballo y rey”; no todo está escrito en medicina, todavía debemos plantearnos muchas cuestiones y barajar alternativas, buscando lo que mejor resuelva cada caso en particular.

Todas estas decisiones, todas estas alternativas se consideran como “el arte del ejercicio de la medicina” y es nuestra base fundamental. Cuantas más alternativas consideremos y estudiemos, más individualizado y exacto será el tratamiento que los pacientes reciban.

Pues bien, este arte, está proximidad, este conocimiento del individuo, puede desaparecer.

Desde mi experiencia como médico de familia, y posteriormente como médico psiquiatra, he podido observar la increíble desinformación que manejan nuestros jóvenes. En esta era de conocimiento accesible para todos, la verdad se define como aquello que interesa a una mayoría. ¿Resultado? Se solicitan muchos tratamientos médicos y quirúrgicos “porque no pasa nada”, sin conocer ni consultar los efectos que éstos producen.

También he comprobado las consecuencias de lo que se llama IVE (interrupción voluntaria del embarazo) por no llamarlo aborto directamente, no sólo psicológicas sino también físicas. He acompañado y atendido a mujeres rotas por la culpabilidad, por no haber contado con otras opciones – porque repito, no todo es blanco o negro, se deben plantear alternativas-, mujeres que en algunos casos no podrán ser madres por complicaciones surgidas durante la intervención o por el trauma experimentado.

Mañana entra en vigor una ley que me prohíbe buscar alternativas, que impide que pueda ejercer con libertad. Anularán por completo mis conocimientos, mi experiencia con respecto al aborto, mi sentido del deber, mi conciencia. Anularán mi profesionalidad, mi razón para levantarme y sentirme orgullosa de haber elegido ser lo que soy.

Me obligan a ser un robot, ni siquiera voy a poder diagnosticar, únicamente tendré que recoger una “solicitud a” y convertirla en “interrupción b”. Sabiendo que voy a dañar a mis pacientes.

No nos engañemos, ya no se quiere una medicina humana, alguien que nos tienda una mano en momentos de dolor, alguien quien, tomando una distancia prudencial, nos entienda. Como médico, como paciente también, esta ley me subleva.

Pero, o paso por el aro, o me esperan “represalias”. Nada de objeción de conciencia, nada de libertad. O estás conmigo o estás contra mí. Eso es lo que siento.

Les diré, para terminar, que me imaginaba hace años sanando, aliviando, dejándome la piel por el bienestar de los enfermos. Más aún cuando conocí el sufrimiento que acompaña a mujeres y familiares por las consecuencias de un aborto. Y me niego a creer que ahora quieran obligarme a provocar esas secuelas que intento tratar.

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